martes, 2 de marzo de 2010

En recuerdo de Ana Matilde Chaín Hernández

Cuando se es joven el mundo parece estar a nuestros pies, todo es simple y sencillo y nos relacionamos con una infinidad de personas, muchas de las cuales nunca volvamos a ver. Pero, hay unas pocas, que serán tus amigos de toda la vida, amistades desinteresadas, que perduran por siempre con nosotros. Una persona a la que recuerdo con mucho cariño es a mi amiga Ana Matilde Chaín Hernández. A ella la conocí a principios de los años ochenta, cuando ella estudiaba en el colegio La Enseñanza. Era la época en que con la excusa de ir a buscar a ese colegio a mis dos sobrinas Vero y Lili, iba con el fin de poder conocer una pelada bien bonita y fue así como quedé prendado de Gina, una prima de Ana Matilde, pero esta jamás me quiso parar bolas, y de rebote Ana terminó haciéndose mi amiga. Recuerdo a Ana Matilde como una chica muy especial, con una sonrisa preciosa, que siempre me saboteaba, no sólo con su prima, sino también, por los amores tormentosos que tuve con una chica de mi universidad. Ana era una persona a la que respetaba y con la que daba gusto hablar.

Al terminar la universidad me trasladé a Bogotá y cada vez que regresaba a Barranquilla, la primera persona a la que llamaba era a Ana Matilde. Su compañía siempre me hacía sentir bien. En su casa pasé más de un 24 o 31 de diciembre y ella siempre me recibía, con los brazos abiertos y nos contábamos como avanzaban nuestras vidas, como eran nuestros nuevos amores y que sería de nuestro futuro. El hecho es que, por el motivo que sea, en algún momento dejamos de vernos, hasta que poco antes de que yo me casara la volví a ver un par de veces. Entonces fue cuando me di cuenta de que la imagen que tenía de ella se quedaba corta, porque en ese entonces era la que llevaba las riendas de su casa. El aserradero de su padre había quebrado y ella había montado, en el mismo local, un negocio de chatarrería, que por cierto le reportaba buenos beneficios. Trabajaba duro y le tocaba tratar con personas de la peor ralea, pero, como era echada pa’ lante, y tenía siempre una sonrisa para todo, le iba bien. Por eso me sorprendí al enterarme de su muerte, mucho tiempo después de que ocurriera, y me dolió mucho no haber podido acompañar a su familia, durante su sepelio. Afortunadamente, Lo que tiene Barranquilla de grande lo tiene de pequeña, y un día cualquiera me encontré en el parque de la Electrificadora con su madre, su hermana Lissette y su tía. Las saludé efusivamente, les presenté a mi esposa y a mi hija y, por fin, pude darle mi sentido pésame. De entonces hacía acá han pasado muchos años y nunca he vuelto a saber nada de la familia Chain. No obstante, siempre estarán en mi recuerdo, como también lo estará por siempre mi buena y gran amiga Ana Matilde Chaín.